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Basado en hechos reales de la vida del artista japonés Tetsuya Ishida.
Estimado futuro inquilino:
Si está leyendo ahora esta advertencia, mi objetivo se habrá cumplido. Una vez que la haya leído, si no quiere correr peor suerte que la mía, ni se le ocurra devolverla al cajón donde la guardé para que la encontrara. Sencillamente, deshágase del papel y huya de ahí cuanto antes. Si se ve con ánimos, aún podría difundir su contenido en sus círculos de confianza. Mejor para la salud democrática de nuestro país cuantos más estemos al corriente de las operaciones ilegítimas de vigilancia perpetradas por el servicio de inteligencia del gobierno en connivencia con caseros como el Señor Tanaka. Ponga extremo cuidado: la red de informantes, incluso entre los inquilinos, es vastísima.
Ya el mismo día que completé mi mudanza a ese piso infame en que se encuentra ahora tuve la sensación de que me grababan, de que alguien apostado en el edificio de enfrente me fotografiaba. No le presté mayor atención. Estaba agotado por el ir y venir con cajas. Mi cerebro, atrofiado, sólo emitía señales débiles.
Misma hora, día siguiente. Me graban. Y no sólo uno. Hay varias personas apostadas en el edificio de enfrente. He visto flashes, persianas que suben y bajan cuando los sorprendo. Ahora estoy seguro.
Día tercero, día cuarto, día quinto y ya nadie se molesta en disimular. Son jóvenes, chicos y chicas universitarias, deduzco. ¿Estudiantes de Bellas Artes? ¿De qué universidad? La excusa habrá sido realizar un proyecto de carrera, algún tipo de estudio sobre mi vida y mi obra. Se turnan. Se paran en la puerta principal, sin duda para pasarse el testigo, el parte, el registro, no ha salido en toda la mañana, ha encargado un nuevo pedido al mismo restaurante de comida rápida que ayer, abandona el edificio a las…, regresa a las… provisto con un bidón de pintura de la marca… A veces se reparten cigarrillos, chicles, comparten sus sándwiches de salmón… Hasta parejas se han formado ahí, en ese portal. Se despiden con un rápido beso en los labios.
Me he acostumbrado a andar a rastras por mi piso semivacío. He aprendido a esquivar las ventanas. Si pudiera permitirme las indecentes, inhumanas facturas del servicio eléctrico que se pagan en este país desquiciante… Si pudiera permitirme un trabajo diurno, aunque fuera el miserable de uno de esos oficinistas de medio pelo que cosifico en mis lienzos… Existen otros motivos, como el de aprovechar esta época que nos regala más horas de luz. Luz contaminada pero natural, no como la que nos obligan a pagar a obreros del sistema como usted y yo. De vez en cuando no aguanto más y cierro las ventanas con estrépito y bajo las persianas con ruido y me asomo y les insulto y les grito con rabia. Un segundo después, me asfixio, me arrastro hasta mi aerosol, me enveneno con su mierda, me cubro con una manta, me tiendo en el suelo, me quedo dormido.
Acabo de regresar de mi expedición por las diez universidades que adornan el simulacro de ciudad que padecemos. A nadie le consta que haya algún proyecto en marcha sobre la vida detenida y la obra sobre la marcha del artista Tetsuya Ishida. No me lo trago. Un compló, sin duda. Compinchados con los servicios secretos. Mañana me busco otra cosa. Me largo.
Está advertido. Si le ocurre algo, usted será el único responsable. En cuanto a mí, no se preocupe. Estaré metido en un tren camino de algún lugar. A salvo.
Photo by Kelly Sikkema on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Javier Delgado
En el 2016 publiqué mi primera novela, Mundo volátil (Mundopalabras). Desde ese mismo año atiendo mi blog de autor donde publico artículos de opinión, reseñas, relatos y microrrelatos, muchos de los cuales han visto también la luz en espacios como éste, La Revista Eñe, Infolibre o Todoliteratura.es. Intento publicar mi segunda novela mientras escribo una tercera.
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