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– Hola, feo.
– Hola. (sonrío)
– ¿Qué pasa?
– Pues nada…, haciendo unos recados, que me he levantado hace nada.
– Qué vago estás hoy… Bueno, ya han llegado tus cositas.
– Qué bien. Supongo que esta vez habremos acertado…
– Espero que sí, si no, te voy a perder como cliente. ¿Qué te pasa?, te noto algo preocupado.
– Pues verás… vengo de sacar dinero del banco de enfrente, y en los 10 metros que separan el cajero de tu local, me he cruzado con un chico joven, africano, bastante grande y fuerte. Justo al cruzarnos, a mi lado, le ha escupido con un desprecio asqueroso a un hombre mayor. Este hombre es agricultor, lo conozco de vista porque siempre me fijo en el cochazo que tiene. Me he quedado helado con el suceso, el chico del que te hablo ha seguido andando, ha girado la esquina como si nada; por un impulso, sin pensar, he salido detrás de él. Conforme me alejaba del corrillo de gente que ha visto el gesto, he ido escuchando frases del tipo: “¡sin vergüenza!” y “¡Negro asqueroso!”, entre otras voces que no he podido entender. Lo he alcanzado, le he cogido del brazo solo para girar su cuerpo y preguntarle: ¿por qué cojones has hecho eso? Supongo que mi cara sería de querer matarlo. Ha girado el tronco, y después la cabeza algo tímido, tenía los ojos llenos de lágrimas, su expresión era la misma que pondría un niño de 7 años después de haberle sucedido la más injusta de las injusticias en el patio del recreo; no he hecho esa pregunta, del corazón, automáticamente, me ha salido preguntarle: “¿qué es lo que te ha hecho?”. Me ha contestado, entre sollozos, lo siguiente: “Me ha explotado, ese hombre se ha aprovechado de mi durante meses. Trabajaba jornadas interminables, apenas tenía 7 horas para cenar y dormir, me pagaba menos que a cualquier jornalero del pueblo, me humillaba tratándome con bondad, engañándome como si yo fuese su preferido. Al cruzarnos me ha sonreído, como si nada, como si no me hubiese dejado sin pagar 650€ de horas extras que me prometió si acababa la labor a tiempo, me mentía todo los días para que aguantase. Y yo le creía. No me hizo ningún contrato, era solo su palabra, no puedo hacer nada para recuperar el dinero que he ganado con mi trabajo.”
Me hubiese quedado hablando con él durante horas, pero me ha pedido perdón y se ha ido. ¡Me ha pedido perdón a mí! Ha dicho, con la cabeza agachada y sin mirarme a los ojos: “Lo siento, sé que para todos los demás mi gesto ha sido penoso, me arrepiento de verdad.” Y se ha ido andando, y yo me he quedado helado. Petrificado. Todas esas personas de la calle lo han demonizado y han amparado al pobre hombre humillado por un escupitajo. He pasado aquí directamente, me siento muy confuso, tengo la sensación de que todo es erróneo, he visto en un espacio de 10 metros cómo el mundo está patas arriba y andamos por la calle, saludándonos con agrado, como si todo estuviese bien.
Acerca del autor
Escrito por: Francisco Almansa Ruiz (@pacoalru)
Escribo desde que tengo memoria, pero nunca publico nada.
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